Crítica "El dilema de las redes"

El dilema de las redes es el típico documental que se presenta en el formato contrario al que uno esperaría: ¿Por qué algo que va contra la nueva dictadura silenciosa de los algoritmos se emite por Netflix? ¿Por qué desde una plataforma de streaming nos dicen que apaguemos nuestros dispositivos móviles, que busquemos alternativas a las grandes compañías como Facebook, Google y Apple, y desconfiemos de todo lo que nos recomiendan los anuncios? Bueno, yo creo que son conscientes, y solo hace falta llegar al final de los créditos para descubrir esa conciencia en formato humorístico: “Síguenos en nuestras redes sociales”, anuncia un cartelito, que justo después se ve relevado por un “es broma”.




La película corre a cargo de Jeff Orlowski, que mostró habilidad en el terreno documental con Chasing Ice (2012) y En busca del coral (2017, disponible en Netflix)

El documental es un paso de brocha gorda sobre el peligro del llamado “capitalismo de la vigilancia”, esto es, aquel en que nosotros – tú y yo – no somos los clientes de algunos servicios sino el producto. Somos lo que se ofrece a las grandes compañías que pagan por anunciarse en las redes sociales. Como se dice en el documental, hay tres grandes “normas” que rigen dicho método: engagement, crecimiento y monetización. Es decir, ofrecer contenido personalizado para que te enganches, que cada día pases más rato en las redes sociales y obviamente, generes beneficio. Toda esta crónica sobre los demonios que asolan el mundo desde Sillycon Valley se narra desde una triple perspectiva: las múltiples intervenciones de personas que de un modo u otro estuvieron en la fase embrionaria de muchas redes sociales – tenemos desde el creador del botón de “me gusta” en Facebook hasta directores de monetización, CEO’s, etc – de igual forma también intervienen académicos, autores y expertos en diversas ramas de las ciencias sociales que han enfocado sus carreras hacía estos nuevos peligros y su efecto en los nuevos modelos de sociedad y/o consumo; por otro lado, tenemos una parte de drama ficticio que de alguna forma narra desde una perspectiva familiar el choque generacional en relación con la tecnología y la precocidad en que esta nueva adicción se manifiesta; y por último (y quizá la parte más divertida) se ilustra de forma medio cómica a un grupo de tres personas que dentro de una gran maquinaria futurista, deciden que contenido mostrarle al chaval de la familia antes mencionada para que cada día pase un ratito más delante de su pantalla. Todo esto se ve interrumpido de forma puntual con fundidos a negro sobre los que mediante un cartel de texto se exponen citas de varios autores a modo de sumario de las intervenciones anteriores. Una especie de índice póstumo.

El documental intenta condensar en la justa hora y media que dura el peligro que esto puede generar en el mundo; desde el aumento de la tasa de suicidios de los pre adolescente que tienen acceso fácil a la tecnología – como se dice en el documental, la llamada generación Z (nacidos a partir de 1996) es la primera generación en toda la historia que ha tenido acceso a las redes y los smartphones desde su pre adolescencia – hasta las controvertidas polémicas de las fake news y las acusaciones de manipulación electoral que hubo recientemente en los Estados Unidos. Hay una vocación de situar las problemáticas en la realidad. Su director ya ha mostrado en sus dos anteriores documentales el interés por los temas límites – el cambio climático – por aquello que aún no ha pasado el punto de no retorno pero no le queda mucho, y por eso creo que opta por el recurso de los fundadores del monstruo que ahora están arrepentidos. Un momento que me causó mucho impacto fue durante una de las intervenciones del creador del botón de “me gusta” en Facebook; él dice que cuando se le ocurrió la idea, pensó que sería una forma rápida y fácil de mostrar afecto y expandir el amor por el mundo, no que acabaría provocando suicidios u obsesiones en los adolescentes que no obtiene el número esperado de pulgares arriba.

No obstante, es bueno señalar como delante de una situación tan polarizada respecto a la tecnología, la película consigue evitar – al menos en cierta forma – posiciones maniqueas básicas. No se trata de coger tu móvil y tirarlo a la basura, borrar tus cuentas de tus redes sociales e irte a vivir a una cabaña, sino que se trata de poner el foco sobre los responsables de todo el vórtice en que han caído las redes sociales. Hay que buscar responsables y buscar justicia. Muchas vidas se han arruinado por esto, mucha gente sufre y sufrirá por esto, y hay culpables de ello. Hay empresas sin escrúpulos que venden tus datos al mejor postor, al anunciante más ambicioso. Es el modus operandi, la praxis de un capitalismo ultraliberal no controlado por nada lo que está arruinando vidas. Y creo que es un punto que no podemos perder de vista.


Ya para terminar, os dejo una de las citas que aparecen en el documental: 


“Solo hay dos industrias que llaman a sus clientes "usuarios": drogas ilegales y software” 


– Edward Tufts -


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