«El viejo mundo se muere. El nuevo tarda en aparecer. Y en ese claroscuro surgen los monstruos». Esto nos decía Antonio Gramsci, filósofo italiano conocido por desarrollar su famoso concepto de la hegemonía. No hace falta, creo yo, ejemplificar como sus pronósticos de principio del siglo pasado se han cumplido. Aunque ahora parece que más que monstruos que salen mientras el nuevo mundo nace, solo haya monstruos que hayan matado toda posibilidad de nuevo mundo. Pero si he citado la frase al principio de esta crítica, no es porque quiera hacer el artículo más corto del mundo – que podría -, sino porque creo que es una forma muy acertada de ilustrar Noticias del gran mundo la nueva película de Paul Greengrass.
La cinta está protagonizada por un Tom Hanks a quien el papel le viene como anillo al dedo – volviendo a exhibir con una interpretación fantástica y académica a partes iguales, esos rasgos de bondad que hacen de él un actor inimitable -. Y como co protagonista y compañera de aventuras de este western / road movie (del oeste, obviamente), tenemos a Helena Zengel; una actriz de 12 años que muestra talento y porte delante de la cámara. Ellos dos son los protagonistas indiscutibles de la película: un film que transcurre en espacios tan abiertos como el desierto, pero que a su vez, deja caer el peso sobre dos protagonistas que son como el día y la noche. Él es un ex impresor de diarios que ahora se dedica a ir por los pueblos a leer las noticias a cambio de unas monedas. No es un oficio de ricos precisamente, como dice en un momento de la película. Ella, una niña huérfana por partida doble – primero de su familia y luego de la familia que la adoptó - que se topa con Hanks pero no habla su idioma.
La película es un retrato de la fundación de una civilización que opera a muchos niveles. Primero en los personajes: tenemos un antagonismo claro: él, un hombre de cultura, que está a la vanguardia del nuevo mundo e informa sobre los aciertos – y en ocasiones errores – de este; y ella, una niña de la que no sabemos nada, encontrada en un camino cualquiera, que no sabemos ni el nombre – Hanks la nombra como Johanna, pero sabemos que ese no es su nombre real – y no tiene interconexiones sociales claras. Él va a la vanguardia de un mundo que apunta a la comunicación y la globalización general, ella, por el contrario es un islote de soledad.
El viaje transcurre con motivo del retorno de la niña a su familia biológica. El hombre, ya maduro, con un imperante sentido del deber – lucho en la guerra de Secesión con los confederados – debe conseguir que la niña vuelva con su familia. Este viaje tiene una doble rasante: en primer lugar, le sirve al Capitán Kidd (Tom Hanks) para de alguna forma reafirmarse a sí mismo como portador de la legalidad y el orden; podríamos decir que él, en cierta medida, es el peso de la ley y la honradez, y en cada pueblo que atraviesa por motivos de trabajo, acaba enfrentándose a algún tipo de outlaw (que no son representados como indios, sino como hombres blancos corruptos). El viaje nos deja un par de conversaciones interesantes que de alguna forma ilustran el cambio que va habiendo en los personajes. En un momento mágico, nuestra niña de la que tan poco conocemos dice su primera palabra en inglés, y a pesar de lo que todos podamos imaginar, no es otra que: historia. Es brillante que justo ella, la sangre que constituye la nación, los olvidados, los parias que son asesinados y olvidados sistemáticamente, reclame el papel de la historia. Todo esto va acompañado de una reflexión sobre las dos formas de viajar y de avanzar que hay en el desierto – aquí el desierto actúa como metáfora del territorio general; el desierto es el terreno vacío que siempre nos queda por conquistar -: por un lado, la de Kidd: él defiende avanzar en linea recta, de A a B, de un lugar a otro, un punto de partida y una meta – una clara descripción del trayecto que hace: llevar a la niña desde el carromato asaltado donde la encontró hasta su familia biológica -; por otro lado, tenemos la visión de ella: un viaje holístico, sin una meta definida. Mediante gestos y balbuceos, intenta explicarle al Capitán Kidd que el viaje es una suerte de unión del cielo y la tierra, del pasado, presente y futuro, una suerte de unión de un todo casi heideggeriano que permite avanzar. Esta forma de viajar es la que define toda la película; en primer lugar, Kidd no avanza realmente en su viaje porque se encuentra en una huída constante de su pasado (su mujer) al que intenta despistar por todo el desierto. Esto choca en él mismo debido a su compromiso con el deber y el buen hacer; pero por otro lado, es una crónica del nacimiento del nuevo estado norteamericano: para que realmente el país pueda avanzar como tal, no puede embarcarse en una tiranía de los mejores (pseudo-meritocracia del sueño americano) forjada sobre la sangre del multiculturalismo que encarna la figura de la niña, sino que debe ser consciente del pasado (ese que te interpela en los momentos de peligro como diría cuarenta años después Walter Benjamin), debe cuidarlo y arropar sus raíces plurales. La niña es el rastro del viejo mundo que se muere, personas desterradas por unos vencedores que no pretenden dejarles lugar, torturarlos hasta convertirlos en los olvidados de la historia. Es por eso que el papel de la historia es fundamental aquí, y solo me queda aplaudir el retrato que la película hace de dicha complejidad. Como ya he mencionado antes, el Capitán Kidd, más que un lector de noticias se considera a sí mismo como un contador de historias, y la evidencia clara de la importancia de esta en los momentos decisivos de una futura nación, se retrata en el segundo conflicto: ellos llegan a un pueblo dónde se les obliga a leer el diario local. No obstante, Kidd no tarda en seducir a la masa oyente con la historia de unos mineros que se vieron sorprendidos por un incendio mientras trabajaban. En ese choque, en la ilustración del nacimiento de una nación, se muestra, de manera pequeña y concreta, el problema global: unos se hacen ricos sobre la sangre y trabajo de otros, que, irónicamente, quedan sepultados bajo el relato del vencedor. El minero muere trabajando para el patrón, que aprovechándose de su sudor funda una nueva vida; el nativo muere en manos del colono y el yankee, que aprovechándose de su sudor funda una nueva vida / nación.
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