Crítica "Dónde estás Bernadette"

 Dónde estás Bernadette es la última película de Richard Linklater.  He de admitir que me resulta complicado hablar de un director como Linklater, ya que siento una especial devoción hacia su filmografía. Y si la película me hubiera seducido como lo ha hecho en tantas ocasiones anteriores, quizá el problema sería menor, pero por desgracia, no puedo decirlo de su última cinta. No es que me haya desagradado, pero me ha dejado bastante frío a excepciones de algunos momentos puntuales. (Uno de esos momentos dura hora cuarenta y es Cate Blanchet). Para hacer esta introducción un poco menos negativa – y antes de entrar en materia -, diré que la primera media hora de la película es bastante buena, no obstante, en ella ya se cuece lo que posteriormente hará que la cinta solo vaya hacía abajo. Se presentan unos elementos determinados – concretamente un viaje a la Antártida fruto de una promesa de los padres a la hija, entre otras cosas – que cuando el director se ve obligados a retomarlo, es cuando la película empieza a fallar.  Parece que Linklater se encuentra mucho más cómodo haciendo un retrato de una familia de lo más particular y jugando con los múltiples registros de Blanchet que de continuar la historia que él mismo ha engendrado. Un tercer acto que más que cerrar la cinta, te deja con la sensación de lo que podría haber sido. En ocasiones desearías que los personajes se olvidasen de que están en una película y que te han prometido contarte una cosa y se pusieran a hacer su vida – porque seamos sinceros, si algo sabe retratar Linklater es la vida -

La película, no obstante, se antoja algo floja, sin mucha personalidad. Una serie de divagaciones, a veces interesantes, a veces no tanto entre unos personajes ciertamente carismáticos, pero que están lejos de “los míticos de Linklater”.  A pesar de las dificultades, la película evoca esa vocación casi antropológica que tienen la mayoría de las cintas del director tejano de hurgar en la mente humana y en los muchos comportamientos casi rituales que tenemos en la sociedad – recordemos, por ejemplo, Dazed and Confused o Everybody Wants Some -. Personajes que se encuentran en un momento límite de su vida o que de alguna forma u otra necesitan reconciliarse con la sociedad.




Aquí nos presenta a Bernadette Fox, que podría definirse como la anti-Spiderman: ni la amiga ni vecina que quieres tener. Una (ex) arquitecta brillante que obtuvo gran reconocimiento en su momento por sobresalir en un mundo principalmente masculino; destacó desde los primeros cursos de la universidad y acabó siendo ganadora de la beca MacArthur, se encargó de algunos de los diseños más importantes de la costa oeste y su nombre fue reconocido como uno de los grandes de la arquitectura moderna; no obstante, que su mayor (y más personal) proyecto fuera truncado por un magnate de la televisión británica la sumió en una crisis creativa y personal que sigue acarreando durante más de veinte años. A esto hay que sumarle la hija, una pre adolescente de notas excelentes que se encuentra en el último curso de la escuela y encuentra en su madre “la compañera de crimen” que no encuentra “ahí fuera”. Y no podía quedarse fuera un marido, un ingeniero que se hizo “rico” vendiendo una aplicación de neuro imagen a Microsoft; que vive adicto al trabajo y viaja continuamente lo que crea ciertos roces con la hija. 

La historia se centra en Bernadette, una amenaza para la sociedad en pleno declive personal – insomnio, ansiedad, agorafobia, paranoia, etc.  - se acelera cuando decide cumplir una promesa a su hija y comprometerse con un viaje familiar a la Antártida. La castración de su impulso creativo, el trauma por el “aborto” de su hijo arquitectónico y el desprecio hacia la falsedad que la rodea, le da a Linklater un muy buen pie para adentrarse en el tema de los trastornos mentales, la concepción de la maternidad y la creatividad.

Bernadette no es ni simpática, ni sociable, ni se deja seducir fácilmente por las trampas multiculturales del progrerío vecinal; es un personaje al que a priori no le darías ni la hora, pero que muy probablemente acabe seduciéndote su “banalidad vital” a medida que avanza su divagación existencial. Vemos que tiene un trauma, pero no sabemos cuál; vemos que se encuentra en una situación límite, pero no sabemos debido a qué. El problema viene que esta primera parte se nota mucho más fresca, divertida, irónica y auténtica que la segunda. El film se siente más cómodo en el retrato de una mujer neurótica y una situación desesperante que en avanzar hacía su desenlace; se crea una burbuja que cuando la película sale de ahí, uno tiene la sensación de que no volverá a ser igual. Y por desgracia, así lo sentí yo. La segunda parte es forzosa, en ocasiones tediosa, una búsqueda por un final que no acaba de convencer a nadie. El recurso fácil del personaje que se pierde para encontrarse a sí mismo está llevado con poca habilidad y originalidad. Quiere seducirnos de nuevo con personajes que son capaces de cruzar medio mundo por amor, pero aquí resulta un retrato más frío que el hielo del polo sur. Parece raro ver que esta película está firmada por un director capaz de comprometer una historia de amor por más de dos décadas (trilogía “Before…”) o de filmar a una misma persona durante más de diez años en unas de las mejores películas que nos dejó la década pasada (“Boyhood”).

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